Aprendiz de todas las cosas

Arito, ponme agua en el fuego
que me voy a tomar un mate
como un buen poeta maldito.

De muchacho fui a la escuela de todas las cosas
donde aprendí a fumar
sin perder emotivas esperanzas de amor;
aún sin saber por qué,
mi mirada se perdía con melancolía en tu horizonte
como mirando esas cosas que nunca se alcanzan.
En el patio del colegio perdí mi vida
en esos años en los que la tristeza no debería existir.
Como un tonto
paseaba solo por las calles de mi pueblo argentino
mi pueblo argentino...
Aún recuerdo su olor,
su color,
el sabor especial de sus pucheros,
el humo de las chimeneas,
el llanto de las paredes.

El absurdo frío no me daba de comer,
pero me hacía descubrir que con oro se compra todo el cariño del mundo.
Y en esa mezcla peligrosa de kamikazes y suicidas
descubro que es la libertad la receta de mi primer desengaño.
Y lloro, lloro con nostalgia por no haberme liberteado antes.
Y hoy, este maestro de nada
intenta olvidar el calor de tu aliento,
los llantos del domingo por la tarde,
el tango en tu voz,
mi sangre derramada sobre aquella mesa de madera,
mis perdidas depresiones, envuelto sobre un sucio colchón.

[ Poema escrito durante esa época en la que InVerso era un puñado de poemas ]