en la vida, sin respirar no vamos a ninguna parte,
eso lo sé; eso lo tengo claro.
de niño, un día quise dejar de respirar;
lo hice, al menos lo intenté.
Dos minutos después caí redondo con la cara roja como un tomate,
mi madre lo primero que hizo fue darme un galletón para que dejara de hacer el tonto,
después me preguntó que tal estaba.
"estoy bien mamá, solo quería dejar de respirar".
y luego vino todo lo demás,
lo de hacerme del atleti porque mi padre era del madrí.
lo de ser rebelde con causa,
descubrir la poesía de morrison,
ser yo (o al menos intentarlo),
conocer mi cabeza,
cruzarme con mujeres e intentar follármelas sin promesas ni mentiras,
y descubrir que la vida, la vida era una mentira.
y hoy apenas me conformo con pasear por las calles que me llenan de vitaminas
escuchar,
soñar y hablar en sueños,
pelearme con ellos, con los malos, con todos los malos.
imaginarme echo una bola corriendo detrás de las palomas de barcelona
con apenas 2 años y 2 piernas mucho más que torcidas,
como hoy continúan,
porque es muy posible que las cosas no hayan cambiado tanto
y que si ahora fuera a barcelona correría igualmente detrás de las palomas con mis piernas torcidas,
y gritaría con los brazos en alto
como salgo en todas las fotos con las esquinas redondeadas
que hablan del pasado,
cuando vivía en una familia aburguesada
a la que di la patada en el culo cuando decidí empezar a ser feliz;
y vivir mi vida, que para algo es mía y de nadie más.
y en este punto me encuentro ahora,
aprendiendo a vivir sin mí
con la ilusión de volver a intentar dejar de respirar,
al menos durante dos minutos para volver a caer redondo con la cara roja como un tomate.
