Berlin, 1936
Me llevaste a cenar a un restaurante oriental bastante caro en Mitte, la zona más cara y pija de Berlín, donde las bicicletas están prohibidas y los turcos necesitan anillos de oro para poder pasear. Yo nunca he necesitado restaurantes caros, ni camareros que te llenan el vaso a cada trago que das. Nunca lo he necesitado y nunca lo he querido. Me sentía ridícula en ese ambiente naïf de alquiler. Me quería marchar, salir corriendo destrozando todo aquello que me encontrara, quería arañarte la cara por pensar que me sentiría sorprendida por tanto lujo a tu alcance. Sin embargo me quedé allí clavada, paralizada, viendo pasar camareros y escuchando risas engordadas de dinero podrido. Callada. Superada y arrasada.
El camarero trajo la ensalada de frutos rojos que nos había sugerido, y tú le pediste que lo preparara para llevar, que toda la comida que habíamos pedido la preparara para llevar y nos cobrara rápidamente, que nos íbamos a ir porque no estábamos a gusto. Me llevaste a un taxi volando de la mano hasta nuestro Hostel, a comer sobre nuestras camas esa comida de restaurante caro mientras bebíamos a morro cerveza barata.
Me llevaste a cenar al sitio más asqueroso de todo Berlín para demostrarme que la belleza de las personas es un puente que se traza entre uno mismo y el resto del universo.
2 comentarios:
wau!
esta tarde nos b-vemos.
el camarero nunca se enteró !!
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